Hoy, para todos los alonsistas es un día un tanto amargo. Para muchos de ellos, triste incluso. Pero no tenemos motivos para estarlo. Esto es un deporte, hay que saber ganar y saber perder. Personalmente, apoyo a Fernando en las buenas y en las malas, como hoy. Pero jamás estaré triste porque no gane una carrera o porque abandone como ha sido el caso. Al revés. Estoy muy contento. Al igual que en Bélgica.
Me explico. Cuando Alonso volvió de la pista, su coche quedó en medio de la trazada y de cara a los demás que venían como locos intentando ganar plazas. Hoy se podría haber producido una acción como la de Spa, donde el mero hecho de salir ileso fue una gran victoria. Como la de hoy. El caso es que Alonso sigue líder del mundial. Cuatro puntos dan para mucho. ¿Ferrari no es el mejor coche? Está claro.
Entonces, ¿por qué estoy tan contento? Hay un precedente. El año 2006, durante las primeras carreras, Fernando apenas dejó escapar puntos llegando a arrasar a todos sus rivales, incluido a Michael Schumacher. El Michael de verdad. El siete veces campeón del mundo al que desbancó. Al que le ha quitado el título honorífico de la parrilla como mejor piloto según muchos entendidos entre los que, por supuesto, no me incluyo porque de F1 no sé nada más que ninguno de vosotros. En la segunda parte del campeonato, Schumacher remontó la ventaja del asturiano, quedando empatados a puntos a falta de dos carreras. Y aquel Ferrari, el del Kaiser, ya era mucho mejor que el Renault de Alonso, que perdió su ventaja del inicio de la temporada.
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